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Los inventos, por el contrario de las creaciones, requieren de elementos conocidos que, utilizados de manera determinada, dan origen a un nuevo uso.

Así ocurrió, por ejemplo, con la invención del avión, que es el producto de la habilidad de los hermanos Wright para combinar los conocimientos sobre navegación aérea obtenidos de los vuelos en globo, con el motor de combustión interna, desarrollado en los últimos años del siglo pasado.

El 17 de diciembre de 1903, por primera vez en la historia, los hermanos Wright pudieron remontar un aparato que era más pesado que el aire, se trataba de un biplano, una máquina movida por fuerza propia y capaz de viajar sin perder velocidad.

No había muchas personas que pensaran que ese podía ser un buen medio de transporte, así es que, a partir de 1911, la primera ocupación práctica que se le dio a los aviones fue el traslado de correspondencia. Las pequeñas aeronaves comenzaron a surcar los cielos londinenses desde los poblados de Hendon a Windsor.

Los alemanes también hacían sus ensayos en ese momento, aunque ellos desarrollaron otro tipo de naves: los zepelines, globos metálicos que contaban con un motor que permitía dirigirlos y no dejarlos a merced del viento como ocurría con sus antecesores.
Fueron estas dos experiencias las que convencieron a las autoridades que estaban frente a un invento que, bien desarrollado, podía constituir una eficaz solución de transporte.

El estallido de la Primera Guerra Mundial hizo pensar además, en la necesidad de aplicar este invento a fines militares y los gobiernos dedicaron muchos recursos a la investigación y al desarrollo de los aviones. Sólo por dar un ejemplo del impulso que la guerra dio a este invento, diremos que mientras en 1914 los aviones existentes desarrollaban una velocidad de 113 km/h, los que entraron en funcionamiento en 1918 ya eran capaz de de volar 225 km/h.

Cuando llegó la paz se adaptaron algunos bombarderos y comenzó a operar el servicio de transporte aéreo entre París y Londres. En cada vuelo se podía llevar a 4 pasajeros. Esta restricción convertía al transporte aéreo en algo muy caro, por lo que algunos grupos interesados comenzaron a estudiar la posibilidad de constituir naves y desarrollar un servicio especial de pasajeros, que fuera rentable. Esto se hizo en la década de 1920 a 1930.

Entre los primeros aviones estuvo el Armstrong – Withworth Argosy, capaz de transportar a una personas a una velocidad de 153 km/h. Pero con una autonomía de vuelo tan pequeña, que era incapaz de volar más de 500 kilómetros sin hacer escala.

En 1936 las compañías aéreas inglesas recibieron los hidroaviones Short Empire que tenía una autonomía de vuelo de 1.300 kilómetros. Ello permitía acortar casi a la mitad el tiempo de vuelo entre Inglaterra y sus colonias en Arica y Asia. El viaje a Ciudad del Cabo llegó a hacerse en sólo…¡¡cuatro días y medio!!

En Estados Unidos comenzaron a operar los DC3, algunos de los cuales aún pueden volar. El estallido de la Segunda Guerra Mundial aceleró las investigaciones aéreas. Se desarrollaron los motores de reacción y se avanzó en los aviones de transporte.

Más tarde vinieron los aviones a chorro, siendo los de mayor éxito los Boeing 707. En la actualidad, se usan aún los Boeing 747, los Jumbo y el Concorde, de fabricación anglofrancesa.

 


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