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Fecha de edición: 28.04.2008

¿Se acuerda cuántas anotaciones negativas tuvo en el colegio? Seguramente más de una. ¿Pero recuerda cuántas anotaciones positivas recibió? Bastante menos, aunque se haya portado muy bien.

Es un hecho que el sistema escolar está más basado en los castigos que en incentivos. Una realidad que acaba de enterrar el Instituto de Educación de Londres.

Luego de revisar una decena de estudios y de políticas aplicadas en varios países para mejorar la conducta y asistencia en las escuelas, los investigadores Susan Hallam y Lyne Rogers concluyeron que las recompensas y los premios funcionan mejor que los castigos cuando se quieren lograr conductas, como la puntualidad, asistencia a clases y mejorar el clima en la sala de clases.

Los expertos chilenos coinciden en el diagnóstico. «Son más efectivos los reconocimientos que las sanciones, porque con los primeros valoras el aporte del sujeto y el deber se construye con un sentido interno; con los castigos la conducta se ve como algo externa, sin que el sujeto se responsabilice de ella», dice María Alicia Haltegaray, sicóloga y doctora en educación.

En Chile, aunque muchos educadores prefieren no premiar lo que, se supone, debe ser un deber de parte de los alumnos, hay otros que sí buscan reforzar lo positivo. Es el caso de los colegios del Sagrado Corazón de Concepción, de los Pumahue y Manquecura, San Lorenzo de Recoleta, y del Instituto Miguel León Prado, de San Miguel, donde, entre otras cosas, se otorga a fin de año una distinción a los alumnos con asistencia completa.

En el primer establecimiento se premia a quienes tienen asistencia completa y puntualidad. En el San Lorenzo, su rectora, Patricia Jara, explica que con estos incentivos buscan reconocer en los alumnos los valores que el colegio busca promover, como el orden y la responsabilidad.

¿Cultura de castigos?

Son, en todo caso, excepciones, porque como reconocen en la Unicef, la mayoría de los colegios opta por una cultura coercitiva. «No existe consideración sobre los premios e incentivos, y no hay mensajes sobre las conductas deseadas. En los colegios con un proyecto educativo más delineado, hay algunos  mecanismos, pero son pocos», dice Daniel Contreras, consultor de la Unicef.

Algo similar encontraron dos estudios realizados en 2001 por Haltegaray. Según sus resultados, los escolares chilenos tenían disociados las normas y los castigos. «Ajustan su comportamiento para evitar las sanciones y no porque tengan internalizadas las conductas. Es bien primitivo desde el punto de vista de madurez social», dice la experta.

El problema es que la disciplina en base a sanciones suele tener efectos contraproducentes, dice la coordinadora del programa Valoras UC, Ximena Bugueño.

No cambia la conducta, sino más bien que el niño sólo evita hacerla en presencia de la persona que sanciona, tampoco se fomenta el autocontrol y la responsabilización por los actos y sus consecuencias, no hay espacio para el diálogo y por tanto no existe la posibilidad de comprender los motivos que llevaron a transgredir las normas, además se deteriora la relación castigador-castigado.

En todo caso, los expertos coinciden en que los castigos no son intercambiables por premios y que tampoco hay que abusar de los segundos, ya que pueden tener un efecto contraproducente. Esto es que los niños terminen actuando motivados sólo por recibir el reconocimiento y no por el comportamiento mismo.

Es lo que ha sucedido, por ejemplo, con la política de premiar con dinero las buenas notas de los alumnos vulnerables en Estados Unidos, iniciativa que partió en Nueva York, pero que ha sido replicada en varios estados, aunque con fuertes cuestionamientos y resultados contradictorios.

La Tercera


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