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Durante cinco años, Gorbachov mantuvo un equilibrio difícil: presionó a favor de una política exterior de futuro y de reformas económicas y sociales, contuvo a los miembros del partido que se resistían a los cambios y mantuvo a raya a las repúblicas soviétivcas que deseaban independencia.
Pero en 1990, las discusiones acerca de la velocidad de las reformas y la creciente incertidumbre económica condujeron a una baja en el crecimiento económico. También se manifestó una creciente intranquilidad nacionalista de parte de las repúblicas separatistas, que veían la oportunidad de emular la separación de los estados de Europa del Este de la URSS.

En 1991, el bloque económico COMECON (o CAME, Consejo de Ayuda Mutua Económica) y el Pacto de Varsovia, dos de las piedras angulares de la política exterior soviética, estaban disueltos y Gorbachov, en el frente interno, vacilaba entre una reforma más radical y una vuelta hacia el autoritarismo tradicional. Además, recibía las presiones del Presidente de la República Rusa, Boris Yeltsin, que pedía darle más independencia a las repúblicas soviéticas.

En marzo de ese año, Lituania declaró su independencia, desafiando las sanciones impuestas por Moscú; los estallidos de violencia étnica en el resto de las repúblicas se hicieron más frecuentes.

El 19 de agosto, un grupo de comunistas de línea dura intentó expulsar a Gorbachov del poder y lo puso bajo arresto domiciliario en Crimea. El objetivo era volver a establecer la supremacía del partido y evitar que la Unión Soviética se fragmentara.

Pero miles de moscovitas, liderados por Yeltsin, respondieron al llamado de la democracia. El golpe de Estado fracasó, los conspiradores cayeron y un debilitado Gorbachov regresó a Moscú.

Con la URSS al borde del colapso, el Congreso de Diputados del Pueblo acordó, el 5 de septiembre, establecer un gobierno provisional en el que el Consejo de Estado, encabezado por Gorbachov y compuesto por los presidentes de las repúblicas participantes, ejercería poderes de emergencia. En Moscú se daba una «dualidad de poder» (soviético y ruso) entre Gorbachov y Yeltsin, aunque este último contaba con cada vez más apoyo y poder.

El 6 de septiembre, el Consejo reconocía la independencia de Lituania, Estonia y Letonia. Más tarde, el 1 de diciembre, el 90,3% de los ucranianos votó por su independencia.

El 21 de diciembre de 1991, en Almá Atá, la URSS dejó formalmente de existir y 11 de las 12 repúblicas (Georgia se excluyó) que quedaban, entre ellas, Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguizistán, Moldavia, Federación Rusa, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán, acordaron crear la llamada Comunidad de Estados Independientes (CEI).

Gorbachov dimitió el 25 de diciembre y el día siguiente el Congreso proclamó la disolución de la URSS. La bandera roja soviética, la de la hoz y el martillo, fue arriada en el Kremlin de Moscú y en su lugar se colocó la tricolor rusa.

¿Sabías que?

Los acuerdos y las decisiones tomadas por Mijail Gorbachov en política exterior (reducción de armas, fin de la Guerra Fría y de la Guerra contra Afganistán) fueron algunos de los logros por los que se le entregó en 1990 el Premio Nobel de la Paz.

Repercusiones en Europa

Las decisiones de Gorbachov trajeron como consecuencia el desmoronamiento de los regímenes comunistas imperantes hasta ese momento en la Europa Oriental, apareciendo con fuerza los nacionalismos. El ejemplo más notorio de estos cambios fue la reunificación alemana, con la destrucción del simbólico muro de Berlín en 1989.

A partir de 1980, también en Polonia se dio una larga lucha contra el gobierno comunista, a través del líder del sindicato de trabajadores Solidaridad, Lech Walesa, quien asumió la presidencia de su país en 1990.

Luego fueron Hungría, Checoslovaquia y Bulgaria quienes abandonaron pacíficamente el comunismo. Solo en Rumania la transición fue violenta, al negarse su Presidente, Nicolae Ceausescu, a dejar el poder. Después de seis días de lucha fue depuesto y fusilado.