El cultivo de regadío es una técnica de cultivo que tiene la peculiaridad de que aporta agua a las plantas de forma regular. En la región mediterránea, los árabes extendieron su uso en las vegas de los ríos. Construyeron canales de distribución, algunos de los cuales se siguen utilizando hoy en día. También siguen vigentes algunas de sus técnicas, en especial la inundación de bancales enteros en el cultivo de árboles frutales y la utilización de surcos y lomos para regar por pie las plantas hortícolas. En la actualidad, la construcción de presas y la creación de infraestructuras han permitido el cultivo de regadío en grandes extensiones. También tiene gran importancia el uso del agua subterránea. Las técnicas más utilizadas son el riego por pie, por aspersión y por goteo.
Entre los productos que se obtienen por estas técnicas de regadío destacan: lechuga, tomate, pimiento, fresa, entre otros.
La introducción de riegos de alta frecuencia, a partir de los años 70 (aspersión, micro-aspersión, goteo y cintas) ha permitido satisfacer las necesidades hídricas de las plantas en mejor forma, evitando déficit hídricos y aumentando notablemente la uniformidad y eficiencia de riego a valores sobre el 90% del agua aplicada.
Al mismo tiempo, esta tecnología ha permitido aplicar los fertilizantes en forma soluble, exactamente a las raíces y en los momentos en que éstos son requeridos por las plantas. El impacto de la «fertirrigación» en términos de producción y eficiencia en el uso del agua y los fertilizantes ha sido notable.
Durante las ultimas tres a cuatro décadas, el consumo de fertilizantes inorgánicos ha seguido aumentado. A partir de 1970, se empezaron a enfatizar los efectos negativos que los fertilizantes pudieran tener en el medio ambiente. Es conocido el caso de la lixiviación de los nitratos a las napas subterráneas de agua, con el consiguiente riesgo de enfermedades como la metahemoglobinemia que se manifiesta por una falta de oxigeno en los tejidos, y la eutrificación de ríos y lagos por exceso de nitratos.
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