Después de Desolación (1922), su primer libro, Gabriela Mistral se vuelca al mundo de los niños, de los seres y de las cosas, en busca del consuelo y de una razón de ser, pero la vida desgarrada y doliente que caracteriza su primera época. Su norma será: «Que asuma mi alma un invariado y universal gesto de amor». Y lo hará con la poesía infantil, porque los niños son los primeros que reciben su cariño y comprensión. Ternura (1924), está dedicado íntegramente a ellos.
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