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El buceo, para llegar a ser lo que actualmente es, ha debido recorrer un largo y lento camino. Recién a mediados del siglo XX, con la invención de diversos artificios, esta actividad comienza a ser considerada para el alcance de cualquiera. Hasta el año 1950, el buceo estaba reservado para individuos dotados tanto de habilidades acuáticas muy especiales, como de un espíritu de aventura y riesgo no muy común para la mayoría de los seres humanos.

Los orígenes

Se podría afirmar que los orígenes del buceo se remontan a los orígenes de la propia humanidad. Es fácil imaginar a los primeros hombres zambulléndose en las aguas, aguantando la respiración y luchando por descender unos pocos metros. Lo que empujaba a aquellos hombres a introducirse en este medio hostil son tres importantes motivos: la búsqueda de alimentos, la de elementos suntuarios (perlas, coral, conchas, etc.) y por último, la curiosidad.

Hallazgos arqueológicos, en Asia Menor y Egipto, de ornamentos de nácar o de concha perla  con una data de entre el 4500-1500 antes de Cristo y joyas con incrustaciones de perlas en Babilonia y Tebas, en épocas similares, indican que el hombre ya desarrollaba actividades que requerían que se sumergiese.

Por otra parte, los polinesios, también tuvieron una relación temprana con el mar. La pesca submarina se practicaba desde hace siglos en todo el ámbito del Océano Pacífico, por ciertos grupos polinesios. Desde hace centenares de años, estos polinesios usan unos primitivos pero prácticos lentes submarinos, los que están formados por un armazón de madera provisto de una lámina transparente de carey u otras conchas de tortugas marinas. Son lentes binoculares, es decir, uno para cada ojo, que se adaptan en la órbita del ojo quedando como incrustados en ella, impidiendo la penetración del agua.

El buceo entre los pueblos del mundo antiguo

Las primeras noticias históricas acerca de la inmersión que tenemos, nos las proporcionan los escritores clásicos, tanto griegos como romanos.

Escriben los antiguos historiadores, que en el año 168 antes de Cristo, el último rey de Macedonia, Perseo, durante las guerras entre griegos y romanos lanzó al mar, después de su derrota en Pidna, los tesoros de su palacio, cuya recuperación fue gracias a buceadores.

Y Plutarco nos refiere la conocida anécdota de la broma que gastó Cleopatra a Marco Antonio. Este se jactaba mucho de sus grandes dotes de pescador con caña y entonces ella, para humillar el desmedido orgullo del romano, mandó a un buceador a que sujetase un pescado podrido al anzuelo.

En los «Problemas» del gran filósofo Aristóteles se mencionan dos tipos de aparatos de inmersión. La lebeta, palabra griega que significa caldero, es uno de ellos. Esta no es un gran vaso de metal que, en posición invertida, se sumerge en el agua, quedando así aprisionado en su interior el aire que su capacidad admita. Uno o más buceadores se acomodan en su interior y van efectuando salidas al exterior de ella, regresando nuevamente a la campana cuando tienen necesidad de respirar. El otro aparato que menciona Aristóteles es una especie de tubo respirador, muy parecido al actual Snorkel.

De la Edad Media al Renacimiento

La Edad Media vivió totalmente de espaldas al mar. Únicamente el reino insular de Sicilia, conservó su familiaridad con el mar en Occidente.

En el Renacimiento, encontramos bocetos de Leonardo da Vinci que muestran ingeniosos inventos para el buceo. Uno de ellos representa la cabeza de un buceador provista de un tubo respirador idéntico a los actuales. Otro representa unas aletas natatorias, aunque para las manos, y no para los pies.

Época moderna y contemporánea

En 1866 se patenta el primer regulador para equipos abiertos, pero fracasa debido a limitaciones tecnológicas. En 1937 los alemanes Klingert y Siebe patentan la primera escafandra verdaderamente funcional, a la cual se le suministraba aire desde la superficie a través de un largo tubo que simulaba un cordón umbilical.

Ya en el siglo 20, terminada la Segunda Guerra Mundial e incluso durante la misma, esforzados científicos fueron probando distintos inventos para poder dominar las profundidades del mar. En 1936 se empezaron a fabricar en Francia las gafas binoculares Fernez, destinadas a proteger del largo contacto con el agua salada a los ojos de los buceadores, que terminaban casi siempre muy irritados. Estas gafas representaban el inconveniente de incrustarse en las órbitas de los ojos, lo que hacía muy doloroso su uso. Alec Kramarenko construyó una máscara de un solo vidrio, pero que no cubría la nariz. Luego surgieron las máscaras con dos bolas de goma, una a cada lado, que equilibraban la presión automáticamente.

Pero la verdadera solución consistía en una máscara que encerrase ojos y nariz: insuflando aire por esta, la presión se equilibraba perfectamente.

Otra gran innovación introducida fueron las aletas natatorias. Las primeras aletas de caucho, aparecieron en el mercado francés en 1935. En realidad la primera idea sobre las aletas fue concebida por el propio Winston Churchill hallándose en Tahití, donde vio unos pescadores submarinos indígenas que nadaban con aletas de palma.

Recién en 1944 ingenieros franceses desarrollan el primer regulador de demanda eficiente y seguro, que permite al hombre moverse en las profundidades con absoluta libertad.

Pero es durante la década de los 60 cuando se logran avances impresionantes en la fisiología y la técnica que permiten al hombre respirar mezclas gaseosas y le dan la oportunidad de alcanzar límites, hasta el momento insospechados, de 400 metros de profundidad.

Uno de los personajes más importantes en la historia del buceo, y quizás el más importante, es Jacques Custeau, no solo por los ingenios y artefactos inventados por él, sino porque ha sido el principal promotor del submarinismo de todos los tiempos. Sus travesías en el barco Calypso recorrieron los televisores de todo el mundo, mostrando un mundo desconocido hasta hacía pocos años. Millones de buceadores de todo el mundo le deben a él su pasión por el mar y sus profundidades, el respeto por la vida marina y el amor por el conservacionismo. Incansable en su tarea científica, muestra en libros y documentales algunas de las maravillas de este mundo tan sugestivo como misterioso.