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En esto, el mundo no se divide en dos: todos los padres esperan que sus hijos sean los más inteligentes, porque eso les aseguraría una vida más amable. Y es por eso mismo que desde hace  casi un siglo los test de inteligencia para menores de entre cuatro y cinco años han sido una herramienta muy usada para conocer el coeficiente intelectual (CI) y así presagiar su futuro. Y esto, entre otras cosas, porque la mayoría sigue pensando que el CI es algo con lo que se nace y que da un sello definitivo a nuestras vidas. Pero, error, hoy todo indica que estamos ante uno de los últimos mitos respecto del cerebro.

Tanto así, que los especialistas están advirtiendo cada vez con más fuerza que es tal la plasticidad y el dinamismo de nuestro sistema nervioso, que es absurdo querer predecir el futuro académico o profesional de alguien a través de sacarle una foto a su inteligencia, sobre todo cuando el niño -como ocurre en Estados Unidos- no supera los cinco años.

Incluso, si la prueba está bien diseñada y el niño está en su mejor día para someterse a ella, lo más seguro es que sus resultados se desdibujen con el paso del tiempo, ya que el cerebro se reorganiza a diario, según las experiencias de vida a que se somete.

Opinan expertos

La inteligencia, según muchos especialistas, es asimilable al progreso de otras habilidades en los niños, para las cuales siempre se habla de promedios. Como cuando decimos que los niños aprenden a caminar al año de edad, pero sabemos que algunos lo harán entre los nueve y 10 meses, mientras otros, al año y medio. Sería absurdo que un padre pierda la paciencia porque al año de edad el niño aún no camina.

La inteligencia no es la misma siempre, se enriquece y aumenta su puntaje, alcanzando su peak entre los 25 y 35 años. Luego presenta un declinar gradual hasta los 60. Por esto, un niño puede resultar con un CI promedio para un menor de su edad a los cuatro o cinco años, y algunos años después puede ser clasificado como talentoso.

Otro ejemplo de lo dinámica que es la inteligencia es el aumento sostenido de su puntaje en el último siglo en los países industrializados. Todo parece indicar que al aumentar el acceso a la educación de las personas, esto impacta positivamente en una mayor inteligencia.

De hecho, un aspecto que destacan los especialistas es que las pruebas de CI no son muy útiles para determinar las habilidades que tendrá una persona en un trabajo específico. En este caso, lo más relevante es la práctica que ese individuo logra desarrollar en una tarea.

Y también hoy se sabe que hay diversos estilos de inteligencia. Hay gente dotada de una gran memoria de trabajo, que les permite estar a cargo de complejos procesos que se ejecutan de forma simultánea. Otros tienen una inteligencia asociada a una gran velocidad para recuperar información de su memoria de largo plazo. Esto facilita trabajos de tipo intelectual.

Los rechazados

Si bien los especialistas están de acuerdo en que los talentos existen, también aclaran que hay que tener cuidado con los test de inteligencia, ya que miden aspectos limitados de las capacidades de un niño, dejando fuera la creatividad. Esto lo demostró Lewis Terman, sicólogo y fiel partidario de las pruebas de CI. En los años 20 hizo un seguimiento de 1.500 niños de California con CI extremadamente altos. El confiaba en que estos niños excepcionales serían a futuro la columna vertebral de la elite intelectual y creativa del país, protagonizando avances cruciales en artes, ciencia y políticas públicas.

Con el tiempo, este grupo de niños resultó ser cada vez menos destacado en sus logros. Ninguno de ellos obtuvo un Premio Nobel, excepto dos que fueron rechazados del estudio después de rendir el examen: William Shockley y Luis Alvarez, ambos galardonados en Física. Ninguno tampoco llegó a ser un músico de renombre, excepto otros dos eliminados en la misma ocasión: Isaac Stern y Yehudi Menuhin, ambos violinistas virtuosos.

Porque la diferencia entre alguien bueno y alguien excepcional tiene que ver más con la perseverancia y el ímpetu de querer ser un maestro, en lugar de tener un CI supremo. Por esto, hoy se recomienda que para que un niño sea un adulto exitoso, en lugar de alabar su inteligencia es recomendable alabar su esfuerzo, su tenacidad y su curiosidad.

Según Steve Nelson, director de la prestigiada escuela Calhoun de Nueva York, lo que se necesita hoy son niños que sueñen despiertos, que a veces sean impulsivos, que se diviertan y que no contesten las preguntas como los adultos quieren, sino como ellos ven el mundo. Esto es algo que estos test no miden. Por otra parte, se trata de pruebas que son emocionalmente insidiosas:  los niños son en extremo perceptivos y ellos absorben la ansiedad de los padres y la forma en que se les juzga y se los etiqueta según «su inteligencia». Algo que para muchos es, a esa edad, criminal.

Y cada vez, según Nelson, más de estos niños «talentosos», que recorren su camino hasta la educación superior, terminan abandonando las universidades, sin importarles nada. Son jóvenes que no hacen preguntas, no tienen  curiosidad ni ideas originales. Están condicionados desde pequeños a creer que el aprendizaje es dar la respuesta correcta. Algo similar a responder bien un test de inteligencia.

La autodisciplina

Para muchos, la prueba que mejor predice el futuro de un niño es la de «la golosina». Realizada en los años 60 con 653 menores por el sicólogo de Stanford, Walter Mischel, consistía en darle a cada uno un caramelo. Si se lo comían de inmediato no recibían más y si esperaban que el profesor regresara a la sala en 15 minutos, recibían otro. Sólo un tercio logró esperar, los mismos que después rindieron mejor en el colegio y obtuvieron, en promedio, 210 puntos más en la prueba de ingreso a la universidad.


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