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O’Higgins debería tomar sus armas por la responsabilidad de gobernante.

Le tocó gobernar en un período difícil y delicado. Todo estaba por hacerse y las instituciones del régimen colonial debían ceder paso a otras nuevas, de acuerdo a los principios republicanos.

Sin embargo, aún no se había puesto término a la campaña militar y O’Higgins tuvo que encabezar los ejércitos del sur.

Poco después, el enemigo habría de sorprender a los patriotas en Cancha Rayada.

A la voz de «Viva el Rey», el ejército realista cayó de improviso sobre las fuerzas patriotas. Fue grande la sorpresa. En medio de las violentas descargas de la fusilería, los soldados chilenos intentaban sin éxito responder al enemigo realista.

En un esfuerzo por detener al adversario, O’Higgins fue herido en un brazo.

El guerrillero legendario

Las noticias de Cancha Rayada y del general herido llegaron pronto a Santiago, causando pesadumbre entre la población.

Fue en esos instantes cuando se levantó la figura de un hombre que llegó a ser la encarnación misma del alma chilena: el guerrillero Manuel Rodríguez.

Sus palabras: «Aún tenemos patria, ciudadanos», gritadas a viva voz en la Plaza de Santiago convencieron a todos los que se habían quedado tristes al saber la derrota de Cancha Rayada.

Rodríguez dispuso que se distribuyeran armas al pueblo y organizó un nuevo regimiento denominado «Los Húsares de la Muerte».

Sellada la Independencia

Sin embargo, los patriotas se vengaron muy pronto de la afrenta sufrida en Cancha Rayada. El 4 de abril se enfrentaron, en la batalla de Maipú, el Ejército de los Andes, al mando de San Martín, con las tropas realistas, comandadas por el general Osorio.

La batalla fue de una violencia brutal. Los ánimos estaban enardecidos. Los gritos de «Viva la patria» y «Viva el rey» se alternaban en medio de las descargas.

Por fin, los realistas se desplegaron huyendo hacia las casas del molino Lo Espejo. Allí fueron en gran parte masacrados.

O’Higgins aún herido, llegó a Maipú cuando el triunfo de la batalla ya se había decidido.

Abriéndose camino entre los hombres, saludó al vencedor: «Gloria al salvador de Chile». San Martín, que había acudido a su encuentro rodeado de su Estado Mayor, le respondió: «General, Chile no olvidará jamás el nombre del ilustre inválido que en el día de hoy se presenta herido en el campo de batalla».

Los dos grandes patriotas se unieron en un abrazo histórico. Era el 5 de abril de 1818 y la Independencia de Chile estaba definida.

¡La cabeza de los Carrera!

Juan José y Luis Carrera se encontraban presos en Mendoza. El gobernador de esa ciudad, Toribio Luzurriaga, había entregado a San Martín los antecedentes de una conspiración organizada por los hermanos Carrera: los conjurados apresarían a San Martín para someterlo a un Consejo de Guerra y a O’Higgins para desterrarlo a su hacienda de Las Canteras.

Se descubrió a Luis Carrera en la ciudad de San Juan cuando viajaba en secreto a Chile y llegando a la ciudad de Mendoza, fue encarcelado con otros comprometidos en la aventura. Algo después cayó preso Juan José y se le condujo al mismo destino.

O’Higgins y San Martín pidieron el sobreseimiento de los dos hermanos y la opinión pública miró estas gestiones como simpatía. Podría haber significado el término de las viejas disensiones partidistas…

Sin embargo, el 14 de abril una noticia funesta llegaba a la ciudad de Santiago: Juan José y Luis Carrera habían sido ajusticiados en Mendoza.

Tres años más tarde, acusado de conspiración fue fusilado José Miguel Carrera.

El revuelo producido por la muerte de los hermanos no se limitó a sus partidarios políticos, sino trascendió también a la aristocracia, donde las víctimas tenían hondas vinculaciones. Se hablaba de la complicidad de O’Higgins.

Los castellanos vascos ya presentaban resistencia al Director Supremo. Habían sido dejados de lado en la gestión pública y no se les permitía en ella la menor injerencia.

Pero hubo aún un golpe más fuerte: la abolición de los títulos de nobleza. O’Higgins dio un plazo de ocho días para que se quitasen del frontis de las casas «los escudos, armas e insignias de nobleza con que los tiranos compensaban las injurias reales que inferían a sus vasallos».

Al poco tiempo, nuevas órdenes del Director crearon la Legión al Mérito, destinadas a premiar las virtudes cívicas y militares.

Una nueva casta privilegiada se alzaba entonces sobre la nobleza que perdía su poder.

Más libertad…

Aunque había comenzado en Chile una época de enormes progresos a la cabeza del gobernante O’Higgins y seguían los triunfos militares, muy pronto el pueblo deseó más libertad.

Los caudillos populares exigían mayor participación y los connotados ciudadanos deseaban colaborar en la administración. Pero, la Logia Lautarina se encargaba de reprimirles. Fundada por Francisco de Miranda fue introducida en Chile en 1817. Estaba inspirada en asociaciones secretas para lograr la independencia de América.

«Fue la trágica noche del 14 de mayo en que la Logia Lautarina provocaría el crimen, uno de los más controvertidos de nuestra historia; por su mandato fue muerto en Tiltil el guerrillero Manuel Rodríguez. Un oficial español al servicio del ejército chileno fue el autor del asesinato. Bastó disparar un balazo a mansalva y el cuerpo de Manuel Rodríguez fue abandonado en una zanja», relatan los historiadores.

El alevoso crimen del caudillo popular ganó a O’Higgins más odios. Pero el General estaba decidido a mantener la totalidad del poder…y faltaba aún tiempo para su caída.

Expedición Libertadora al Perú

O’Higgins había comprendido que su gobierno debía transformarse en un ejemplo de la libertad de América.

Consideraba que la política de todos los gobiernos debía ser americanista. Era condición esencial la expulsión de los ejércitos españoles de la América del Sur.

Había entonces que transformar a Chile en una potencia marítima, y con una Armada de Guerra dominar los mares del Pacífico Sur. El General logró su objetivo en un plazo de dos años.

Al ver partir a una primera flota, compuesta por el «San Martín», la «Lautaro», la «Chacabuco» y el «Araucano», O’Higgins pronunció con emoción una frase mil veces repetida: «De estas cuatro tablas penden los destinos de América».

Más tarde, el 9 de octubre, bajo el mando de Blanco Encalada, zarpaban al Pacífico Sur los buques de la Primera Escuadra Nacional.

A comienzos de 1819 llegó a Chile Lord Cochrane y O’Higgins lo puso al mando de la Escuadra, nombrándolo Vicealmirante. El marino escocés daría a Chile jornadas de gloria cuando la Escuadra atacó los dos últimos puertos españoles: Valdivia y El Callao.

Cuánta razón había tenido O’Higgins al exclamar en Chacabuco:»Este triunfo y cien más se harán insignificantes si no dominamos el mar».

En julio de 1821, el general San Martín entraba a Lima. El Perú era libre y se había consolidado la Independencia de América del Sur.

Obra del Director Supremo

Entretanto, nuestro país estaba desgastado en energía y recursos materiales en su lucha por la Independencia y la organización de la Expedición Libertadora del Perú.

O’Higgins realizó considerables obras sociales: fundación del mercado de Abastos, creación de la Alameda y del Cementerio General, instalación del alumbrado público, inauguración de un teatro o casa de comedias.

Además, fundó poblaciones y ciudades: Unión, Vicuña y San Bernardo y terminó la construcción del Canal San Carlos.

Obligado a abdicar

Sin embargo, el régimen de O’Higgins era sólo una dictadura que no contaba con más base de sustentación que la fuerza militar.

A fines de 1822, estalló en Concepción la revolución. La encabezaba el intendente, el general Ramón Freire. La provincia de Coquimbo se plegó al movimiento.

Poco después, a comienzos de 1823, se reunió en Santiago un Cabildo Abierto y en su seno se obtuvo la abdicación del Director Supremo en manos de una junta de tres miembros: Agustín Eyzaguirre, Fernando Errázuriz y José Miguel Infante.

O’Higgins se sacó la banda tricolor y entregó el bastón de mando. Pero antes de irse, lanzó un desafío: «…que se presenten mis acusadores. Quiero conocer los males que he causado. Si las desgracias que me echáis en rostro han sido, no el efecto preciso de la época en que me ha tocado ejercer la suma del poder, sino el desahogo de mis malas pasiones, esas desgracias no pueden purgarse sino con mi sangre. Tomad de mí la venganza que queráis…Aquí está mi pecho».

Y el General abrió violentamente su casaca y señaló su pecho como el blanco donde debían dirigirse los tiros de sus acusadores. La actitud del pueblo fue instantánea: «Nada tenemos contra el general O’Higgins. Viva O’Higgins».


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