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Hoy vivimos en un mundo letrado, no saber leer es estar marginado no sólo de la cultura sino de muchos otros ámbitos de la vida; porque leer no es sólo descifrar los signos escritos, lo realmente importante es la capacidad de pensamiento que surge de este acto interpretativo. Las letras unidas unas con otras van nombrando el mundo y cuando las leemos estamos interpretando este mundo para pensarlo y expresarlo. Pero la capacidad de pensar el mundo es previa a la lectura y viene desde la infancia más temprana. El desarrollo del pensamiento se gesta en el encuentro afectivo del bebé con un entorno cariñoso.

Pensar es nombrar el mundo, expresarlo a través del lenguaje, y leer es también leer lo que otros han pensado, imaginado, creado. Quien sabe leer, podrá también comenzar a escribir y así será poseedor del lenguaje para crear los mundos y las historias que su mente ha soñado.

Un autor que considera que la lectura es una actividad muy importante en la vida de todos nosotros y quien siempre disfrutó de escribir para niños es el uruguayo Constancio C. Vigil que escribió el libro Cartas a Gente Menuda. Este es un libro antiguo publicado por primera vez en 1927 por la editorial Atlántida, y que está compuesto por cartas escritas por el autor para niños. Cada carta lleva el nombre de una niña o un niño a quien el autor dirige su escrito y una ilustración que la caracteriza, estableciéndose así una especie de comunicación con el lector.

Una de las cartas que nos interesa que conozcas, es la que lleva por título Por no saber leer y está dirigida a Rubén. La imagen muestra a un niño que va muy erguido en bicicleta y otro que lo observa detenidamente con cara de sorpresa. Es muy breve, pero deja una enseñanza muy significativa, relacionada con cómo la lectura nos permite acceder a mejores oportunidades. Según el relato, el protagonista, por no saber leer, perdió la oportunidad de obtener un magnífico regalo.  Pero la verdad es que no es el regalo lo importante, sino que el valorar la lectura como herramienta para desempeñarse en la vida. No saber leer aparece como una forma de marginalidad, ya que quien no sabe leer se queda  aislado y privado de acceder a mayores y mejores posibilidades de vida.

Pero lo mejor de todo es cómo se resuelve la situación, ya que el protagonista que era analfabeto, al darse cuenta de la hermosa y fantástica oportunidad que había desperdiciado, «al día siguiente ya estaba en la escuelita rural, ansioso de aprender antes que ninguno. No sufriría más la pena y los perjuicios de no saber leer».  Finalmente, el premio compensatorio que recibe el niño antes perdedor, es mucho mayor que lo que había perdido, ya que su recompensa será que aprenderá a leer  y por lo tanto, nunca más será un perdedor.


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