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En las reuniones sociales las mujeres se dedicaban a jugar a la lotería, a las prendas y al tonto (juego de naipes), mientras que los hombres jugaban ajedrez y damas. Las familias, sin embargo, siguieron siendo muy numerosas, y los matrimonios eran acordados.

La clase alta comenzó a buscar todo tipo de vestidos y muebles de lujo, adquiriendo la moda femenina un sello propio, donde los colores oscuros fueron reemplazados por otros más alegres y llamativos. Los hombres, en cambio, mantuvieron el típico traje que se usaba en Europa: casaca y chaleco, calzón corto, medias de seda, ligas de lujo, zapatos con hebillas, bastón y espadín.

Los encuentros en la calle eran muy bien vistos, ya que después de la siesta -cinco de la tarde- las tiendas se abrían y aparecían los paseantes por el puente de los tajamares en Santiago, quienes habitualmente conversaban sobre la guerra contra Inglaterra, noticias de España o los sucesos más importantes que ocurrían en la ciudad.

Más tarde, estas misma conversaciones pasarían a convertirse en importantes tertulias en la casa de algún criollo acomodado.

La educación

En el siglo XVI funcionaron escuelas donde enseñaban a leer y escribir a los soldados y más tarde a criollos y mestizos. Eran escuelas básicas, y si alguien quería seguir estudios superiores debía viajar a Perú.

En 1595 los dominicos fundaron el Colegio de Santo Tomás y los jesuitas el de San Miguel, donde se impartían clases de latín, filosofía y teología. En 1608 se creó el Seminario de Santiago, destinado a formar sacerdotes. Más tarde, ambos colegios fueron elevados a la categoría de Universidades Pontificias, en 1619 y 1621, respectivamente, por autorización papal, aunque después desaparecieron cuando se creó la Real Universidad de San Felipe, en 1738.

Las mujeres recibían instrucción en los conventos de monjas, donde aprendían a leer, escribir, bordar, cocinar, cantar, e incluso, bailar.

La Quintrala

Uno de los personajes más llamativos y enigmáticos de la época colonial fue Catalina de los Ríos y Lisperguer, más conocida como La Quintrala.

No se sabe exactamente cuándo nació; solo que durante su vida cometió una serie de asesinatos. Se dice que envenenó a su padre, mató a su amante, a una mulata, entre otros. Pero uno de los hechos que quedará siempre en la memoria y en la historia de nuestro país, es que habría arrojado desde su casa a un Cristo tallado en madera, que según ella la miraba con lástima mientras azotaba cruelmente a algún esclavo.

Los padres agustinos, que tenían su iglesia al lado de la casa de La Quintrala, lo recogieron y lo pusieron en el altar donde permanece hasta hoy.

El 13 de mayo de 1647, cuando un gran terremoto azotó la región, sucedió algo realmente extraño: la corona de espinas que el Cristo tenía sobre su cabeza, cayó hasta su cuello, hecho que lo bautizó como el Cristo de Mayo o Señor de la Agonía. Catalina de los Ríos y Lisperguer murió el 15 de enero de 1665 y fue enterrada en la misma iglesia de San Agustín.


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