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Darío I convirtió su imperio en el mejor organizado que ha conocido el mundo. Para poder administrarlo lo dividió en 20 provincias, llamadas satrapías, que eran dirigidas por un gobernador o sátrapa.

Los pueblos sometidos no eran masacrados ni enviados al exilio y las ciudades vencidas no eran arrasadas como hacían los asirios; los persas eran benevolentes con sus enemigos. De hecho, cuando Ciro II conquistó Babilonia, los israelitas que habían sido esclavizados en Mesopotamia volvieron a Palestina.

Solo en Egipto, que debió ser reconquistada varias veces, hubo mucha represión.

Los habitantes de las zonas dominadas podían conservar sus costumbres y gobiernos locales. Solo se convertían en provincias del imperio y debían pagar un impuesto, que el soberano les fijaba de acuerdo con sus recursos para evitar su empobrecimiento.
Los impuestos se pagaban en oro, plata, piedras preciosas y especies, sólo los persas estaban exentos.

El sátrapa era el encargado de recaudar los impuestos y de controlar a las comunidades políticas locales. Era ayudado por tres funcionarios, un tesorero, un secretario y un comandante de las tropas.

Además, se creó una especie de red de espías, que ha sido llamada la primera policía secreta. Eran inspectores que tenían el título de «los ojos y oídos del rey«. Su misión era verificar si las provincias podían pagar los impuestos que se les habían fijado y avisar al rey sobre cualquier revuelta o desobediencia. Visitaban de sorpresa las provincias para verificar cómo gobernaba el sátrapa, ya que era muy común que estos cobraran el doble de los impuestos y se guardaran la diferencia. Además, el que estos desarrollaran una política personal era peligrosa para la unidad del imperio.

Siguiendo el modelo de los reyes lidios, Darío I hizo acuñar una moneda única que se adoptó como sistema de pago en todo el imperio.

Grandes construcciones

Antes de la construcción de Persépolis, la capital oficial y el centro administrativo de Persia era Susa –al este del río Tigris, en Mesopotamia–, de inviernos más templados que Pasargada, la capital original donde residía el rey.

Darío I se hizo construir en la ciudad de Susa un palacio de invierno, en cuya realización participaron todos los pueblos del imperio. Los babilonios fabricaron los ladrillos, los sirios trajeron cedros del Líbano y los egipcios tallaron la madera. El oro provenía de Lidia y Bactriana; el lapislázuli, la cornalina y las turquesas de Sogdiana y Corasmia (actual Turquestán ruso); las ornamentaciones murales de Jonia y el marfil de la India.

Darío I ordenó la construcción de la ciudad ceremonial de Parsa o Persépolis (su nombre griego), que empezó a ser edificada al sudoeste de Irán, sobre una meseta de unas 13 hectáreas, alrededor del año 520 a.C. Después fue ampliada por su hijo Jerjes I y su nieto Artajerjes I.

No edificaron templos, pues los persas se contentaban con erigir altares a sus dioses. Sí tenían muchos palacios, porque cada rey se hacía construir uno. Las grandes salas de columnas se inspiraron en las de los templos egipcios. Los muros de ladrillos de grandes proporciones eran huecos y encuadrados con piedra.

Persépolis se ocupaba una vez al año, durante las ceremonias del año nuevo, el Naruz, en el equinoccio de primavera. Durante estas fiestas, embajadores de todo el imperio le presentaban sus ofrendas al rey en una espaciosa sala de audiencia, llamada Apadana.

Para unir el imperio, que tenía 4.500 km de largo y 800 a 2.500 km de ancho, se construyó una extensa red de caminos, vigilados por soldados para proteger a los mercaderes.

A través de esta ruta galopaban los correos del rey, cambiando de caballo cada 15 km. Estos jinetes recorrían los 2.500 km de la ruta real en una semana.

Comercio

Por estos caminos, los comerciantes viajaban tranquilamente de Oriente a Occidente y viceversa.

La gallina fue domesticada en la India e Irán y vendida por los persas en las ciudades griegas de Asia Menor, desde donde se introdujo a Europa. Así también llegaron a Occidente las rosas, jazmines, lilas, narcisos, el durazno, la naranja, el espárrago y la espinaca. Todas estas palabras provienen del persa.

Su religión

Los persas veneraban un complejo panteón dominado por el rey de los dioses, Ormuzd o Ahura Mazda.

En el siglo VI, Zoroastro reformó este culto haciéndolo monoteísta, Ahura Mazda se convirtió en el dios único, creador del Universo, señor de la pureza, la sabiduría y la verdad.

Según el profeta, el hombre debe decidir a quién quiere seguir, pero al final triunfa el bien. El hombre solo ingresará al «reino de la luz» si ha mantenido puros su cuerpo y alma.

Como ya se mencionó, los persas no levantaron templos, solo altares con fuegos que ardían día y noche.

Los sacerdotes encargados de velar por el fuego sagrado venían de una tribu llamada Magos y eran notables astrólogos y astrónomos.

El ejército

El ejército aqueménida contaba con gran cantidad de integrantes reclutados en las provincias del imperio, cada soldado usaba las vestimentas y armas típicas de su región, pero todos los oficiales eran persas o medos. Su principal fuerza era la caballería persa y sobre todo, la guardia real conocida como los “diez mil inmortales”.

Esta guardia estaba compuesta por arqueros y piqueros, y se llamaba «los inmortales», porque su número era siempre el mismo. Si uno de ellos caía herido o muerto era inmediatamente reemplazado por otro.

Durante 200 años, los persas mantuvieron la paz en sus dominios. Pero un imperio demasiado extenso y un ejército tan heterogéneo no podían permanecer eternamente unidos. Es por eso que las provincias más lejanas comenzaron a rebelarse, como sucedía constantemente en Egipto.


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