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Había una vez, en un lejano y solitario lugar, vivía una niña muy linda y buena que se llamaba Flor María. Era de carácter dulce y sonriente, con un atractivo especial que cautivaba a todas las personas.

Sus padres tenían muchos hijos. Y en ese tiempo, se acostumbraba prestar a los hijos para que fueran a otros hogares donde hubiese ancianos solos. Es el caso de Flor María. Sus padres decidieron llevarla contra su voluntad a un hogar cercano donde acompañaría y serviría a un matrimonio y a su hija, que era mayor de edad.

La señora a quien Flor María serviría era físicamente horrorosa, exageradamente fea, pero tenía un corazón de oro, una grandeza extraordinaria, una capacidad de amar incomparable y una humildad y ternura que conmovió profundamente a Flor María. La llegó a querer mucho, como si hubiese sido de su misma sangre. Ella se llamaba Margarita.

Ella era tratada por su familia peor que a los perros de su casa. Su hija Aleni, a quien ella amaba, la obligaba a comer en un lugar de la casa asquerosamente sucio. Ofensas degradantes eran el cariño y el saludo que ella recibía día a día de su adorada y cruel hija, pero aún así, comprendía y soportaba todo aquello por el gran amor que les tenía.

Su mayor consuelo era Flor María, quien con mucho cariño la consolaba y animaba cada vez que era humillada.

Pasaron los años y Margarita envejeció. Flor María ya era una mujer. Por fin partiría de aquel hogar en el que había tenido que hacer y dar compañía, amor, comprensión y consuelo a una mujer, que por ser fea no era amada, y era rechazada por su familia, que disfrutaba las comodidades que Margarita les había dado.

Margarita se despidió de su amada Flor María a quien tanto apreciaba. Flor María ignoraba que aquella buena y humilde mujer vivía y luchaba por ella. Entre lágrimas y sollozos, Margarita abrasaba a Flor María, diciéndole: «¡oh niña mía!, ¡oh niña mía!, que falta me harás cada día. ¿Cómo podré sonreír si tú te vas con mi vida?. Ve y sé feliz niña mía. Ve y sé feliz mi pequeñita. Estarás siempre en mis recuerdos hasta el último día». Se besaron tiernamente.

Mientras Flor María se marchaba, Margarita sentía que su corazón no soportaba tanto dolor, pero deseaba mucho más la felicidad de Flor María.

Finalmente, Margarita murió, y en su mente se llevó el recuerdo del rostro dulce y tierno de Flor María, que llegó a su vida para darle vida, pero al marcharse se la llevó.

Por: Gioconda González, 9 años.


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