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Hace ya muchos años en un escondido pueblo de Rusia apareció una gran murallas en medio de uno de sus campos de más o menos tres kilómetros. Personas que habían pasado por el lugar afirmaban que era un pueblo de brujos y que tras esas murallas que lo rodeaban se realizaban ritos y ceremonias mágicas. Hasta el momento, nadie había logrado saltar las murallas ni ver lo que realmente había al otro lado debido a que medían diez metros de alto. La altitud de las murallas hacían más misterioso aquel lugar, y nadie se atrevía siquiera a mirar con escaleras por miedo a lo que podía ocurrir.

Un día, un niño llamado Nicolás, que pasaba cerca del lugar escuchó música que provenía de atrás de las murallas. Aquello parecía un fiesta, él se acercó y subió a un árbol. Repentinamente la rama se quebró y el niño cayó dentro del sitio. Tres personas lo vieron caer y corrieron a avisar a la policía. Llegaron nuevamente hasta el lugar y descubrieron que las murallas habían desaparecido. Pero lo más raro era que no había nada en el lugar, solo pasto y más pasto, igual que en todas partes.

Ni siquiera encontraron el cuerpo el niño. Nada, ni un rastro, ni una pista, solo pasto y más pasto. Luego de la inspección se le avisó a los padres del niño y corrieron hasta el lugar llorando a gritos por su hijo. Llegó también la prensa y mucha gente alborotada. El caso se conoció en todo el mundo, por televisión, por radio, por computadoras, etc. Se comenzó una gran búsqueda por cielo, mar y tierra, aviones, barcos y motos policiales buscaban por todo el país alguna pista de Nicolás.

Un día, frente al asombro de todos aquellas murallas volvieron a aparecer. Pero ahora tenían una puerta de tres metros de alto. Al igual que antes, nadie se atrevió a entrar, tenían miedo a lo que hubiera adentro. Además se había informado en las noticias que cuando esa muralla había aparecido por primera vez, muchos niños habían desaparecido misteriosamente como si se los hubiera tragado la tierra. Nadie sabía si habían entrado al pueblo desconocido, pero si era así, estaban corriendo la misma suerte que Nicolás.

Los ruidos que provenían de las murallas siguieron durante todo el año, y cuando fue el aniversario de la desaparición de Nicolás, decenas de personas llegaron con velas hasta el lugar. Una de las velas cayó encima del muro, y ante la mirada de todos, el muro comenzó a quemarse como si fuera madera. Cada vez el muro se achicaba más, y llegó al punto de convertirse en una caja. Cuando abrieron la caja salieron pequeños puntos luminosos que al caer al suelo se transformaban en personas, que eran los niños desaparecidos.

Los niños no recordaban nada, al parecer, no habían crecido aunque habían estado un año tras esas murallas. Nunca más se supo de aquella extraña muralla. Algunos comentaron que los niños desaparecidos habían estado en otro mundo, otros decían que habían viajado al futuro, otro pensaban que habían ido a otra dimensión y muchas otras teorías que nunca fueron comprobadas. La muralla nunca más apareció, pero las personas involucradas con el tema seguían visitando el lugar cada año y ponían velas creando la misma muralla.


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