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Dos países en guerra, bombas en todos lados, familias enteras cayendo al suelo muertas, y de repente: ¡bang!, ¡bang!, y sus dos padres en la tierra sangrando.

Todo esto veía Paz con una lágrima cayendo de sus pequeños ojos.

Paz era una niña de cinco años, pelo color miel, ojos cafés. Sus papás le pusieron Paz porque nació en medio de la guerra.

Pasado un año de la tragedia, la guerra había terminado, Paz iba caminando por la calle cuando vio una tapa de alcantarillado abierta, intentó pasar por el lado pero tropezó y cayó. Cerró los ojos y al abrirlos no estaba en
el agua sucia y asquerosa que esperaba sino en un bosque.

Era un bosque enorme, árboles tan altos que parecía que sus copas se juntaban con el cielo, tenían unos 5000 años de edad.

De repente escuchó una voz a sus espaldas que le daba la bienvenida, miró hacia atrás pero no vio nada más que árboles.

– ¿Quién es? -preguntó Paz-.

– ¿Qué acaso no me ves? -respondió el árbol-.

– No, ¿eres invisible?

– No, soy un árbol que habla, me llamó Arce.

– ¿Dónde estoy?

– En Utopus, donde tus sueños se hacen realidad. Pero todavía no te presentas pequeña.

– Perdón… me llamo Paz.

Y así se hicieron amigos Arce y Paz.

La pequeña estuvo horas escuchando las historias de Utopus y de sus habitantes. Eran historias llenas de fuerza y perseverancia donde los seres concretaban sus sueños e ideas. Hasta que llegaron a un punto muy importante del relato:

– Pero toda rosa tiene su espina -dijo Arce-. Todos tenemos una pena que llevamos dentro, muy dentro. Bueno, aquí esa pena sale, y sale en serio porque se convierte en una «persona» que te persigue hasta no poder más.

Paz pensó en sus padres que habían muerto en la guerra.

-Y lo más probable es que si tú te quedas aquí un  poco de tiempo más, saldrá de tu interior tu pena y empezará a perseguirte. Así que te aconsejo irte enseguida de vuelta a tu mundo -terminó con mucha tristeza Arce-.

– Yo no me quiero ir, en mi mundo estoy sola y vivo en la calle, además que no me sé el camino de vuelta.

Y justo cuando terminó de hablar, le empezó a doler el estómago, luego el dolor le subió al pecho, a la garganta, a la boca y de repente escupió una masa negra que se transformó en una persona.

Era el Recuerdo de sus padres…

– ¡Corre y escóndete! -gritó Arce-.

Paz salió corriendo con el recuerdo persiguiéndola. Se paró a descansar dos segundos y sintió los mismos balazos de cuando mataron a sus papás. Siguió corriendo, corrió y corrió, hasta que encontró una cueva y se escondió.

Estaba oscuro, no veía nada. Se prendió una luz y apareció algo como un caballo, Paz se fijó más en el extraño ser y se dio cuenta de que era un centauro. Pegó un solo gritó de terror.

– Shhhh -dijo el centauro- sé que te estás escondiendo de tu Recuerdo.

– ¿Cómo sabes?

– Lo leí en las estrellas. Tu nombre es….

– Paz ¿y el tuyo?

– Emeterio, las estrellas me han mandado a ayudarte.

– ¿Y cómo lo vas a hacer?

– Fácil. Te tengo que enseñar como vivir tranquila con Recuerdo -dijo Emeterio con aire de superioridad-.

– ¡¿Y cómo lo hago?! -dijo Paz ya un poco desesperada-.

– Paso uno: tranquilízate y no te escondas más, yo te cuidaré.

Salieron de la cueva.

– Y…

-Quiero que te quede bien claro algo antes de empezar: uno no saca nada con escapar de un recuerdo porque siempre estará dentro de tu corazón, simplemente tienes que aprender a vivir con él -dijo Emeterio-. He sabido de muchas personas que se han tenido que ir de Utopus porque no soportaban que los persiguieran, a ti no te tiene que pasar eso.

– Si, si… ¡Pero ¿cómo?!

– Ya empezaremos, pero te dije que te tranquilices…

Emeterio le explicó que aprender a vivir con el recuerdo significa que sea parte de tu vida, no que sea un pena, al contrario, que sea una alegría, que la acompañe y que le dé fuerza cuando la necesite.

– También tienes que «trabajar» los sentimientos que te produce la muerte de tus padres. Aquí viene el paso dos: ¿Cuáles son?

Paz pensó largo rato hasta que respondió:

– Mmm… Pena…Rabia por los que los mataron y… Miedo porque estaba sola en mi mundo.

Emeterio estuvo días, semanas, trabajando los sentimientos de Paz. Pero había algo que la pequeña no sabía: Emeterio estaba planificando un encuentro con el Recuerdo para que todo lo que le había enseñado lo pusiera a prueba. Hasta que llegó aquel día…

– ¿Dónde me llevas? -preguntó Paz-.

– Ya vas a ver…

Paz se dio cuenta de que estaba en un campo abierto y de repente salió Recuerdo detrás de una roca…

El centauro le dijo que ese encuentro es necesario. Paz gritó, tuvo miedo, luego le cayeron algunas lágrimas, tenía pena y
mucha, después le dio rabia e intentó pegarle a Recuerdo pero este empezó a desaparecer y a aparecer en otro lugar entonces se asustó nuevamente e intentó esconderse pero no encontró dónde, por lo cual le dio pena, se volvió a enojar y empezó a gritar:

– ¡Si! ¡Tengo miedo! Lo admito -Paz se puso a llorar-. ¡Ay! ¡No soporto esto! Me da rabia que esto no termine.

– ¡Muy bien pequeña!, pasaste la primera etapa: sentir todos los sentimientos que Recuerdo te produce y decírselos -gritó el centauro-.

Paz pensó en voz alta:

– Aunque en realidad, si no fuera por la muerte de mis papis, yo no estaría aquí

– ¡Si! -Emeterio estaba orgulloso-. La segunda etapa: ver el lado positivo.

– ¡Paz!, ¡Paz! -llamaba una voz-.

– ¿Papis? -Paz reconoció la voz de sus padres-.

– Si hija, somos nosotros. Te queríamos decir que estamos orgullosos de ti y un consejo: dale honor a tu nombre, ten la paz que te ha caracterizado siempre mi pequeñita -dijo su madre con voz de serenidad completa-.

– Si mami.

– Adiós hijita mía.

– Chao papis.

Paz estaba apunto de ponerse a llorar pero recordó lo que le acababa de decir su madre y mantuvo la calma. Empezó a sentir una paz que nunca había sentido.

Recuerdo comenzó a disolverse hasta que solo quedo de él, una montañita de cenizas.

Emeterio corrió a abrazar a Paz, estaba orgulloso y muy, muy feliz.

– ¡Lo lograste! ¡Sabía que podías!

– ¡Si!

– Pero ahora -la sonrisa del centauro se había eliminado de su cara- tienes que volver a tu mundo.

– ¿Por qué?

– Tienes que volver a la realidad mi niña.

– Si… Pero… ¿Cómo vuelvo?

– Duerme, Paz.

Paz se recostó en el suelo y se quedó dormida. Al despertar estaba en una cama muy blanda, en una pieza decorada preciosa. Se había quedado dormida en la plaza y un matrimonio la había llevado a vivir a su casa.  Al parecer, todo había sido un sueño.


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