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El solsticio de invierno, momento en el que el Sol está más alejado de la Tierra, marcará para el pueblo Aymara el comienzo de un nuevo año, el año 5.510.

Cerca de un millar de aymaras inaugurarán el Año Nuevo en medio de ritos y ofrendas al Inti (Sol) y la Pachamama (Tierra), en el templo de Kalasasaya y la Puerta de Sol, las ruinas arqueológicas más importantes de Tiwanaku, en el altiplano próximo a La Paz.

La tradición señala que los primeros rayos del Sol, cerca de las 06.00 hora local (10.00 GMT), fecundan la tierra en el inicio de un nuevo año agrícola para los aymaras que repiten simultáneamente el rito de Tiwanaku en las ruinas arqueológicas de Cochabamba y en el fuerte de Samaipata, en Santa Cruz, en el este de Bolivia. Tiwanaku, supuestamente la ciudad más antigua de Sudamérica, y el fuerte de Samaipata, un bloque megalítico, posterior a la cultura tiwanakota, tienen el rango de Patrimonio Cultural de la Humanidad para la UNESCO. Según algunos antropólogos bolivianos, el sentido del rito es asegurar la reproducción de la vida con las bendiciones del Sol para la siembra y la cosecha y, aunque se realiza desde la década de los años 80 en la ciudad de Tiwanaku, rememora antiguas prácticas de las comunidades aymaras.

Los indígenas invocan también la fertilidad de la tierra con el sacrificio de llamas, cuya sangre es una ofrenda al Sol y la Tierra y otras deidades andinas para asegurar la prosperidad agrícola y pecuaria, según el líder campesino, Alejo Véliz. En su opinión, más que un año aymara para los habitantes de Los Andes, ésta es una fiesta de las naciones originarias, porque el homenaje al Sol también la realizan los quechuas, el otro grupo indígena mayoritario que habita Bolivia.

Fuente: Programa Orñigenes.


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