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Por Francisco Arroyo Schick. Director Ejecutivo Centro de Innovación para el Desarrollo, Economía y Negocios, de la Universidad de Chile.
Publicado en La Tercera,
13.06.2006

La mala educación deja a millones de jóvenes en desventaja para siempre y reproduce la detestable desigualdad entre los que pueden pagar una buena educación y el resto. También genera inmensas pérdidas económicas. El déficit de gente de primer nivel -en todas las esferas- nos atrapa en producciones básicas de poco valor. En el Centro de Innovación para el Desarrollo (CID) investigamos las pérdidas ocultas derivadas de no calificar en emprendimientos complejos que crean productos y servicios de alto valor global. Si en los 80 se hubiese implementado la educación de excelencia, ya no habría pobreza ni inequidad, seríamos actores destacados en la sociedad del conocimiento, con empresas triunfando globalmente, con juventud innovando y emprendiendo exitosamente en trabajos bien remunerados. Entenderlo es clave para tomar decisiones asertivas e impulsar innovaciones que efectivamente garanticen educación de calidad.
La gran pregunta actual es: ¿cuál es la educación que el país requiere para ser exitoso en este siglo y para crecer con equidad? Los datos son concluyentes. Chile, entre los países con nivel educacional equivalente, logró lejos el mejor desempeño en los últimos 25 años. No llegaremos más lejos con más de lo mismo; somos sólo una economía reactiva, que hoy se salva por el precio del cobre. En el mismo período, entre aquellas economías emergentes que más han mejorado su ingreso por habitante y su equidad, el 100% alcanzó el nivel educacional de los países desarrollados. Por tanto, la respuesta es inequívoca: necesitamos también lograr un nivel educacional similar. Sin ello, jamás podremos estar en su club.
Veamos cifras. En Chile, sólo el 0,5% de los alumnos logró una comprensión nivel 5 y un 4,8 % logró nivel 4 en la prueba Pisa 2000, mientras en Irlanda lograron 14,2% y 27,1% respectivamente. En Corea son 5,7% y 31,1%. El promedio de los miembros de la OCDE logró 9,5% y 22,3%. Sin una masa crítica de excelencia, al menos 30% de la fuerza de trabajo en niveles 4 y 5, Chile no podrá avanzar más allá de lo logrado.
El Ministro de Hacienda y su equipo deberían comprender que no se trata de gastar más en educación, sino de invertir asertivamente para lograr competitividad en la economía del conocimiento; sería la mejor inversión pública de la historia. Si no lo hacemos, seguiremos como proveedores de materiales y servicios básicos, con graves problemas sociales.
Vale la pena: si Chile hubiese invertido exitosamente en educación como Corea o Irlanda, actualmente cada chileno tendría, en promedio, unos US$ 2.500 dólares anuales extra y nuestro índice de equidad sería similar al de Alemania. El PIB sería más de US$ 60 mil millones mayor y el fisco recibiría más de US$ 12 mil millones extra. Destinaríamos a la educación sólo un 30% de los ingresos fiscales adicionales. Hoy tenemos recursos para implementar una estrategia innovadora que garantice educación de calidad, personalizada y proactiva, fundada en dinámicas que la impulsen a la excelencia. Ojalá la autoridad financie las investigaciones requeridas para definir cómo hacerlo.


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