Editorial LA TERCERA
20 de noviembre de 2006
Cuando nos encontramos viviendo en lo que los expertos han denominado la sociedad del conocimiento, bien merece la pena analizar las deficiencias que presenta Chile tanto en materia de producción y formación científica, como en innovación y tecnología. Esto porque en un mundo globalizado, de fronteras abiertas, altamente tecnológico y competitivo, que un país no cuente con una estrategia clara de desarrollo científico, compromete seriamente sus posibilidades de desarrollo.
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Un estudio realizado el año 2004 por un licenciado en Física de la Pontificia Universidad Católica y docente de esa facultad reveló que en Chile faltan casi 500 profesores de física y que para alcanzar una enseñanza especializada en esta área dentro de 10 años tendrían que titularse seis veces más profesores de los que actualmente lo hacen. Según el citado informe, esto se debe a que en la década del 80 se formaron muy pocos docentes ligados a esta área y que tras el decreto dictado en 1981, que estableció que las asignaturas de física y química serían electivas, desincentivó a los alumnos de pedagogía a optar por dichas
especialidades.
A dos años de conocidos los resultados de la investigación, sorprende que las autoridades no hayan adoptado las medidas necesarias para enfrentar el agudo déficit de profesores de ciencia que tiene el país, sobre todo porque las proyecciones a futuro enfrentan a Chile con un cuello de botella que de no poner atajo dejará sin formación científica a un elevado número de establecimientos educacionales.
Hoy, cuando el país ha iniciado un proceso de reflexión para introducir mejoras en la calidad de la educación (para lo que se ha creado una comisión ad hoc que debe diseñar una nueva política educacional), debe considerarse con especial atención el bajo índice de universitarios dedicados a las ciencias. Esto porque en un área en extremo sensible como lo es la educación, de la que dependen en buena medida las opciones del país para disminuir las desigualdades y alcanzar el desarrollo, el factor científico se torna clave a la hora de hacer ajustes programáticos en la formación escolar.
Ningún Estado ha cruzado el umbral del desarrollo sin una fuerte inversión en este rubro. Lo demuestran países como Singapur, Nueva Zalandia o Irlanda, todos de menor población que Chile, pero que han invertido altas sumas de dinero y han diseñado políticas eficientes en materia de ciencia y tecnología, lo que les ha permitido en los últimos 30 años progresar. Por ejemplo, mientras la dotación de recursos en investigación y desarrollo e innovación (I+D) en los países desarrollados alcanza el 3% del PIB, en Chile llega apenas al 0,6%.
Preocupa, entonces, que en Chile no sólo exista una institucionalidad débil en materia científica, incapaz de impulsar con eficacia estrategias que contribuyan a incrementar la investigación y el conocimiento, sino que también haya una aguda escasez de profesores de ciencia que cubran la demanda de los establecimientos educativos del país. Si bien la Comisión de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt) –institucionalidad responsable de impulsar la producción científica- ha desarrollado varios programas para estimular la investigación y la formación académica en el área de las ciencias, éstos no han sido suficientes para reducir la escasa curiosidad que suscita la ciencia, ni ha permitido dar saltos cualitativos en materia de producción de conocimiento.
El debate sobre la calidad de la educación abre una posibilidad inmejorable para abordar de manera seria el problema de la formación científica. Así, se hace necesario que en este proceso participen los diversos actores de la sociedad: Estado, universidades, empresas, de modo que se diseñe una política científica óptima que responda a las necesidades del país. De no hacerse, se ponen serios obstáculos al desarrollo de Chile.
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