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(Por Mariana Aylwin, ex ministra de Educación. Columna de Opinión publicada en el diario La Tercera, el  31-03-2006)

Lo importante de la evaluación docente no está hoy en sus resultados. No tenemos referencias para decir si esos resultados son buenos o malos como para poner tanto énfasis allí. Además, se pueden mirar desde una óptica cargada al pesimismo y decir que el 41% de los docentes no alcanzó el nivel de competente, o desde una optimista, diciendo que un 59% de los profesores es competente o más. La verdad, da lo mismo, aunque la sensación sea diferente. Lo importante, en esta etapa, son los procesos que la evaluación está generando en los establecimientos escolares.

Su gran aporte es que, por una parte, está entregando una señal clara a los docentes respecto de qué se espera de ellos y de las competencias que deben tener o desarrollar para mejorar los aprendizajes que logran sus estudiantes. También está provocando una ola de reflexión pedagógica y de trabajo colaborativo entre maestros que es indispensable para mejorar la calidad de la educación. Ambas cosas (muestras claras y prácticas de reflexión) pueden parecer obvias, pero no lo son en nuestro sistema educativo.

Los mensajes que reciben los docentes son muchos y a veces contradictorios. Se espera que la escuela resuelva los problemas de violencia, drogas, embarazo precoz, transmita valores y termine con la inequidad. Incluso pareciera que todo ello es más urgente que los aprendizajes. Entonces, los docentes no saben por dónde partir. Asimismo, en los sectores más vulnerables prevalecen bajas expectativas sobre los estudiantes y sus familias. Entonces, bajan también los esfuerzos que se hacen. Así, los colegios, más que ser instituciones educacionales, se convierten en guarderías de protección social.

Agreguemos que sigue primando una tradición que concibe lo pedagógico como algo privado e individual, con la consiguiente resistencia de los profesores respecto de que alguien más intervenga en lo que hace con sus alumnos. La evaluación introduce una fuerte cuña en esa cultura, generando entre los docentes la necesidad de reflexionar sobre lo que les resulta, sobre lo que no pueden lograr y también de compartir esas experiencias con sus pares. La evaluación provee para ello un marco de estándares consensuados con el Colegio de Profesores y ampliamente discutido, que indica con claridad los dominios generales y las competencias que debe tener un profesor para lograr aprendizajes significativos en sus alumnos.

Un ejemplo de lo que puede suscitar la evaluación docente: en Conchalí, ante la resistencia de los docentes, la corporación decidió apoyarlos y los convocó a unos talleres de preparación de la evaluación, involucrando también a los directivos de sus escuelas en el apoyo a sus docentes. Resultado: el 100% participó. Y lo que es más destacable, en aquellos colegios donde hubo un trabajo efectivo entre profesores, trabajando en forma colaborativa y con respaldo de sus equipos directivos, los niveles alcanzados en la evaluación fueron mayores. Lo que viene es una conversación con cada uno de los docentes que quedó en el nivel insatisfactorio para convenir el apoyo que necesitan. A la vez, se llevarán a cabo jornadas con los profesores que lograron sólo el nivel básico y un apoyo a su labor en el aula.

Las evidencias sobre escuelas efectivas y sobre mejoramientos en la calidad de la educación demuestran que es necesaria una combinación entre estrategias que emanan «desde arriba» y aquellas que recogen las necesidades y las energías que se generan desde la base del sistema. Uno de los factores claves que explican el éxito es la adecuada combinación entre presión y apoyo externo, con dispositivos que desarrollen las capacidades internas en las escuelas. Llevamos muchos años impulsando políticas desde arriba. Era lo que teníamos que hacer en su momento. Ahora requerimos generar procesos que incidan en el desarrollo de las capacidades internas y sean un estímulo para la reflexión pedagógica y de trabajo en equipo. La evaluación es una de esas estrategias que combina la exigencia desde arriba y genera incentivos para el desarrollo de esas capacidades internas. Si sólo eso pasara, debiéramos estar más que contentos con que Chile sea uno de los pocos países que implementan un sistema de evaluación que busca impulsar el mejoramiento y no sólo establecer una calificación profesional.


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