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Hace unos cinco mil años, en medio del valle del río Nilo surgió una de las civilizaciones más espléndidas de la historia: la egipcia.

Este imperio se caracterizó por tener una filosofía y una organización política que experimentaron pocas variaciones a lo largo de los siglos. Además, se adelantó a muchas cosas que se conocen hoy, como es el arte, los conocimientos acerca del cultivo y las creencias astronómicas.

Para los egipcios, el río Nilo determinó el futuro de sus vidas, aunque en un principio debieron agruparse en las zonas más elevadas y construir diques para defenderse de las periódicas inundaciones. En el cieno del río o en el barro lograron sembrar para alimentarse y así iniciar su costumbre de cultivar la tierra y vivir en sociedad. Estos pequeños estados, llamados nomes, comenzaron a organizarse poco a poco, formando dos grandes estados, correspondientes a las dos regiones egipcias: el bajo Egipto o país del norte, más cercano al mar, cuya población principal fue Menfis, y el alto Egipto o país del sur, más lejos del mar, cuya capital fue Tebas. Los dos estados terminaron por cofundirse, y los jefes de los nomes pasaron a ser vasallos del faraón, es decir, del rey de Egipto unificado. A los reyes se les atribuyó un carácter divino, y de aquí que los faraones fueran considerados como hijos de dios.

 


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