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El Amante es la historia de un matrimonio en que la mujer tiene un amante y a su marido no parece importarle. Quizá porque el también tiene una amante. Pero esta aparente calma no tiene que sorprendernos; muchas veces las cosas no son como parecen.

Es una breve pieza de teatro de la producción temprana de Harold Pinter que intenta descubrir las relaciones más profundas de dos seres –Sarah y Richard– inmersos en una relación amorosa insatisfactoria que los lleva a inventar sucesivos amantes que no son sino ellos mismos. Se ven atrapados en una situación circular de la que no pueden escapar. El amante al que alude el título de la obra es un ser ficticio creado por la imaginación de los dos y que precipitará al matrimonio hacia un desconsolado final.

Toda la acción de El amante sucede temporalmente en dos días, aunque no queda claro si son consecutivos, porque es una señal más de la indefinición en la que al autor le gusta situarse, mientras que en lo que al espacio se refiere,  se trata de un montaje muy claustrofóbico que se refiere todo el rato a sí mismo y donde los dos personajes principales se encuentran aislados del mundo exterior e inmersos en un juego perverso.
Sin embargo, la aparición de un tercer personaje, el lechero, abre una ventana al exterior.

Extracto de El Amante (1963)

Sol de la mañana. Sarah está en la sala. Richard entra y la besa en la mejilla.
Ella sonríe.
Richard: (amigablemente) ¿Hoy viene tu amante?
Sarah: Mmnn.
R: ¿A qué horas?
S: A las tres.
R: ¿Van a salir o se quedan en casa?
S: Creo que nos quedamos.
R: ¿No querías ir a esa exposición?
S: Sí, quería, pero creo que hoy me gustaría quedarme aquí con él.
R: Bueno, hora de irme.

(…)

Richard: Tenía ganas de preguntarte algo.
Sarah: ¿Qué cosa?
R: ¿Has pensado que mientras tú me estás siendo infiel yo estoy en un escritorio estudiando balances económicos?
S: Qué pregunta tan rara.
R: Me pica la curiosidad.
S: Nunca me habías preguntado eso.
R: No. Pero siempre he querido saber.
S: Bueno, claro que te he pensado.
R: Ah, sí, me has pensado.
S: Mmnn.
R: ¿Cuál es tu reacción en todo eso?
S: Hace que todo sea aún más emocionante.

(…)

Sarah: ¿Tienes una prostituta?
Richard: Sí. Es una putica común y corriente. No vale la pena ni hablar de ella. Sirve para pasar un rato mientras uno espera el tren. No más.

S: Aquí no hay trenes. Tú andas en carro…
R: Es igual. Es como una taza de chocolate mientras me revisan el agua y el aceite.
S: Suena tan estéril.
R: No lo es.
S: Nunca pensé que fueras a admitirlo tan de frente.
R: ¿Por qué no? La franqueza a toda costa, digo yo. Esencial para un matrimonio sano, ¿no crees?

Harold Pinter

Harold Pinter nació en 1930, es un Dramaturgo británico, nació en Londres. Hijo de un sastre judío, vivió su infancia en un barrio del East End habitado por familias obreras y trabajadores inmigrantes, experiencia que estaría presente en muchas de sus obras escénicas. Ingresó con una beca de estudios en la Royal Academy of Dramatic Art y en 1950 publicó una entrega poética titulada Poetry London. Hizo una gira teatral por Irlanda (1951-52), que repetiría más tarde por otras regiones del país (1954-57), esta vez trabajando él mismo como actor con el nombre de David Baron. En 1957 publicó su primer drama, The Room (La habitación), al que seguirían The Birthday Party (La fiesta de cumpleaños, 1958), The Caretaker (El vigilante, 1959), The Lover (El amante, 1963), Landscape (Paisaje, 1967), Silence (1969), One for the Road (La última copa, 1984), etc.

La obra de Pinter, mezcla de realismo y misterio, no lleva explícito mensaje alguno moralizante, sino que más bien trata de reflejar un mundo amenazante y violento que nace de la propia naturaleza humana y de las contradicciones de nuestra sociedad. Además de sus trabajos para el teatro, Pinter ha escrito guiones televisivos y cinematográficos: The Servant, de J. Losey, 1963; The Pumpkin Eater, de J. Clayton, 1964; Accident, de J. Losey, 1967; The Quiller Memorandum, de M. Anderson, 1967; French Lieutenant’s Wife, de K. Reisz, 1981.» Para muchos dramaturgos, teóricos, historiadores, intelectuales la base suprema esencial de la política radica en, básicamente, conservar el juicio (mínimo exigido) del sentido común. Este juicio que deviene Kantiano, viene aparejado al periodo de la ilustración Europea. Harold Pinter no escapa de esta lógica de sentido aplicado, una vez más desde las vanguardias hacia acá y especialmente desde la II Guerra Mundial hasta nuestros días. Hay una forma muy desarrollada en el teatro de los años 60, en el otro extremo de la Europa Occidental, léase (Francia, Inglaterra, Italia) debido a su sentido de la tradición en la que cobró fuerza, la alta comedia, el teatro del absurdo, el teatro cargado de los signos de la politicidad. Surgía en la escena y en los textos esta imagen Arendtiana sobre el resplandor político. La lista es extensa y no podemos al menos dejar fuera a: Eugéne Ionesco, Samuel Beckett, Jean Paul Sartre, Albert Camus, Arnold Wesker, Daría Fo, etc. Y con ellos «la lección», «Esperando a Godot», «Nekrasov», «Las moscas», «Las manos sucias», «Calígula», «El malentendido», «La cocina de los ángeles», «La muerte accidental de un anarquista» etc.

El teatro político de Harold Pinter tiene que ver profundamente con razones éticas y estéticas, por ello es un teatro que siguiendo una tradición de pensamiento se vincula con «la realidad», esta tradición que como hemos visto está implicada con Erwin Piscator, le da cualidad de significado a la materia dramatúrgica usada por Harold Pinter. El tratamiento de lo político está aquí muy demarcado por (como decíamos antes, una cuestión ética) porque Pinter nos a un modo Shakespeare, nos asegura que es la política la que huele mal. No simplemente por ella misma, sino por los mecanismos y los procedimientos que utilizan los estados y en el peor de los casos los gobiernos para articular las matanzas. El problema político en el teatro de Harold Pinter es histórico pero también le concierne a los individuos a sus pareceres. Todo lo político se va resumiendo en situaciones concretas, actos sencillos, con gente sencilla que se va descargando de si misma las responsabilidades. Pinter asegura que el problema de la política es un problema de responsabilidades no sólo de los otros sino de todos. Y se plantea el tema de la lucha de clases a través de aquellos que detentan el poder, ya no como en Brecht o Piscator a través de los desclasados, de la prole. Pero aquí las clases se posesionan de un sistema cerrado de accionar porque a excepción de algunas de sus obras, las clases nunca se enfrentan.


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