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Los principales son:

– Vómito

Consiste en la expulsión brusca, por la boca, del contenido gástrico y, a veces, también del intestino. Los músculos abdominales se contraen con fuerza, elevando la presión abdominal, que empuja el contenido estomacal, lo impulsa hacia el esófago, y luego es expulsado por la boca. El vómito prolongado puede provocar deshidratación grave, y otros problemas que requieren de asistencia médica.

– Estreñimiento o estitiquez
Retardo de la defecación. La causa de esta demora puede ser patológica, como tumores o inflamaciones de la pared intestinal, aunque dentro de sus orígenes más frecuentes, hoy en día, están el estrés, las dietas incorrectas, la ingestión de medicamentos como antidepresivos, y la vida sedentaria.

– Diarrea
Es la defecación frecuente de materias generalmente líquidas. Se debe al paso anormalmente rápido de las heces por el intestino grueso, sin tener el tiempo suficiente para la absorción del agua. Las causas pueden ser bacterias patógenas, sustancias químicas, trastornos nerviosos o una irritación provocada en las paredes intestinales por los alimentos no digeridos. Una diarrea prolongada puede traer como consecuencia una deshidratación.

Afecciones hepáticas, pancreáticas y biliares

A continuación, nos referiremos a los trastornos y patologías más comunes que afectan a estas glándulas digestivas anexas:

Hepatitis: es la inflamación del hígado, que puede ser provocada por reacciones adversas a algún medicamento, envenenamiento por sustancias tóxicas, infección bacteriana o, más comúnmente, por infección viral. En este último caso, pueden afectar al organismo diferentes variedades virales. Entre los virus más conocidos destacan el de la hepatitis A, B o C.
Esta enfermedad suele ser aguda y de corta duración. Pero si el virus causante es poderoso y si hay complicaciones, se puede incluso necesitar un trasplante hepático.

Absceso hepático: corresponde a la acumulación de pus en el hígado, producto de una infección generada por bacterias o amebas, las que se difunden hacia otras zonas del organismo.
Entre sus síntomas destacan fiebre, náuseas, pérdida de peso, aumento del tamaño del hígado y dolor pectoral. El absceso hepático producido por amebas es común en los países tropicales y donde existe una escasa higiene. En estos casos, el síntoma más evidente es la diarrea.

Cáncer de páncreas: entre sus síntomas destacan el dolor abdominal superior y continuo que irradia hasta la espalda, además de la pérdida del apetito, peso e ictericia (coloración amarilla de la piel y de la membrana ocular).
Las células anormales, por lo general, comienzan a proliferar desde la cabeza pancreática, alrededor de la ampolla de Vater. El tejido del páncreas pierde su organización normal y, visto al microscopio, presenta grupos de células malignas de forma irregular.

Cálculos biliares o colelitiasis: son verdaderas piedras que se alojan tanto en la vesícula biliar como en los conductos biliares. La mayoría de estos cálculos, compuestos por pigmento biliar y colesterol, se producen por una alteración en la composición química de la bilis.
Una de las complicaciones más comunes ocurre cuando las piedras se alojan y obstruyen los conductos por donde fluye la bilis hacia el duodeno; esto irrita e inflama la vesícula.

Cirrosis: es una enfermedad hepática crónica que provoca fibrosis (cicatrización) y disfunción del hígado. Las principales causas son el alcoholismo y la infección por el virus de la hepatitis C. Los síntomas son vómitos con sangre, ictericia (piel con coloración amarillenta), debilidad generalizada, inflamación abdominal, pérdida de peso y trastornos renales.


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