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Nació en San Pedro de Vilariño, Galicia, España, en julio de 1727, y murió en Concepción en 1778. Sus padres fueron Domingo Fernández de Espiñeira y Gabriela Nieto. A los 15 años ingresó a la orden franciscana.

Llegó a Chile alrededor de 1752 como misionero y trabajó en Chillán, donde fue superior del colegio que su orden había establecido allí para la enseñanza de los naturales. Realizó misiones en la zona cordillerana, procurando la evangelización de los indígenas.

En noviembre de 1761 el Papa Clemente XIII lo designó obispo de Concepción y fue consagrado como tal en 1764 por el prelado de Santiago, Manuel de Alday, ejerciendo el gobierno de su diócesis hasta su muerte.

El Seminario de San Carlos Borromeo

Una de las mayores preocupaciones de Espiñeira como obispo fue la formación de los nuevos sacerdotes. En aquella diócesis esta tarea estaba a cargo de los jesuitas, razón por la que la expulsión de Chile de la Compañía de Jesús en 1767 causó graves problemas. Tras varias y reiteradas gestiones, el obispo logró reunir los recursos necesarios y en 1777 fundó el Seminario de San Carlos Borromeo. Él mismo supervigiló los planes de estudio y nombró a los profesores, entre ellos a Juan Cristóbal Illanes, a quien entregó la rectoría. Illanes era considerado en esa época como el sacerdote más ilustrado de Concepción.

Parroquias y misiones

Espiñeira también puso especial énfasis en la realización de las misiones, tratando de llenar el vacío que en esta materia dejó la expulsión de los jesuitas. En Arauco, Chillán, Valdivia y Chiloé dispuso que se continuara con la atención espiritual de los indígenas, tarea en la que sus hermanos franciscanos tuvieron gran importancia.

Al mismo tiempo, normó y reformó el funcionamiento de las parroquias, disponiendo así, entre otras medidas, que ningún sacerdote abandonara su puesto sin su permiso escrito y sin dejar un reemplazante. Asimismo, obligó a los religiosos a seguir las instrucciones emanadas desde Roma, y las referentes a las predicas y sermones.

Junto al obispo de Santiago, Manuel de Alday, participó en el Concilio Provincial celebrado en Lima en 1772, donde no alcanzó una destacada participación como la de su compañero de viaje. Incluso, algunos autores han señalado que Espiñeira regresó a Concepción sin pena ni gloria. Estas opiniones, en todo caso, no desconocen el carácter caritativo del obispo penquista.


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