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En el cuerpo humano existen dos sistemas circulatorios, que son los de la sangre y la linfa. La sangre llega hasta todos los tejidos a través de arterias, arteriolas y capilares arteriales. Parte del fluido sanguíneo de los tejidos drena y entra en los conductos linfáticos eferentes. Así, los canales linfáticos forman una red. Cuando confluyen varios canales se constituyen los nódulos linfáticos, a los que llegan varios conductos aferentes (de entrada) y que drenan por un único eferente (de salida). Finalmente, la linfa encuentra el camino hacia el llamado ducto torácico, que es donde la linfa se vuelca a la sangre.

Una característica única de los linfocitos es que pueden cruzar el cuerpo a través de la sangre y la linfa. Este tráfico de sangre a linfa se denomina recirculación linfocitaria y tiene lugar cuando los linfocitos abandonan tejidos infectados en dirección hacia los ganglios linfáticos regionales. Allí son activados tras encontrar células presentadoras de antígeno. Una vez activados, vía conductos linfáticos se vuelcan en el ducto torácico a la circulación sanguínea. Por último, a través de la circulación vuelven al tejido infectado para ejercer su función.

La inmunidad de los bebés

Afortunadamente, la naturaleza ha pensado en todo, y desde que nacemos nuestro cuerpo ya cuenta con un reservorio importante de defensas. Durante la gestación, el feto desarrolla mecanismos inmunes de acuerdo con diferentes etapas:

  • La primera es el saco vitelino, un apéndice del embrión que desaparece alrededor de la undécima semana de vida. En sus paredes se forman las células progenitoras, que luego emigran hacia la médula ósea fetal para iniciar la producción de linfocitos.
  • Con la transferencia de anticuerpos de la sangre de la madre, el feto comienza a producir su propio tipo de anticuerpos a partir del quinto mes.
  • El bebé produce una porción del sistema inmunológico llamado complemento.
  • En el momento del nacimiento, las células fagocíticas ya han sido liberadas por la médula ósea y se preparan para proteger al recién nacido contra las invasiones bacterianas.
  • La lactancia materna inicia una nueva fase del desarrollo del sistema inmunológico, pues a través de la leche el niño ingiere grandes cantidades de anticuerpos.

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