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La cuestión social que se desarrolló a principios del siglo XX y que desembocó en graves problemas y huelgas, fue alimentada por una cada vez más precaria condición laboral, de salud y vivienda que afectó a los trabajadores y a sus familias.

La gran concentración de los obreros en las firmas salitreras y en las zonas urbanas, en especial en Santiago, que no estaba preparado para recibir a tantos inmigrantes, favoreció la aparición de enfermedades como el cólera, peste bubónica, viruela, difteria y tuberculosis, cuyas principales víctimas eran los niños. Además, se agudizó el alcoholismo y las enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis.

En cuanto al trabajo, este podía alcanzar las 14 horas diarias. La mayoría de los trabajadores no tenía contrato, lo que significaba que podían ser despedidos en cualquier momento. Además, muchos asalariados no tenían ninguna previsión social.

Vivir en las salitreras

Las condiciones de vida en las oficinas salitreras eran más o menos parecidas a las de los obreros en Santiago. Los trabajadores vivían en casas chicas de dos o tres piezas, que estaban hechas de material ligero (por lo general con calamina) que no los protegían de las variaciones extremas de temperatura que se producen en el norte del país entre el día y la noche.

La situación sanitaria tampoco era la mejor y la ayuda médica era escasa, ya que en Iquique solo había 18 médicos para cubrir las necesidades de salud de una población que, considerando a las familias de los obreros, sumaba unas 65 mil personas.

En cuanto al sueldo, se pagaba en fichas, que solo tenían valor en los almacenes o pulperías de las mismas oficinas.

Estas condiciones extremas motivaron a los trabajadores a agruparse y surgió la Federación Obrera de Chile (Foch) en 1909, que se sumó a otras organizaciones similares ya existentes.

Viviendas poco dignas

Las casas habitadas por las clases populares en Santiago dejaban mucho que desear. Había de distintas categorías. Los cuartos redondos, por ejemplo, carecían de iluminación y ventilación, lo que causaba, por lo general, la muerte por falta de oxígeno a sus ocupantes.

También existían los ranchos, edificados en adobe y con techo de paja, y los conventillos o cité, grupo de habitaciones alineadas a lo largo de una calle interior o pasaje que también era utilizado como patio común.

La salud se resentía bastante al vivir en estos lugares, pues casi no había servicios higiénicos y la evacuación de las aguas servidas se hacía a través de las acequias que cruzaban los patios, las cuales también recibían otras basuras. El agua potable era mínima.

Según cálculos de la época, en la capital, en 1912, existían cerca de 1.500 conventillos, en los que vivían 75 mil personas, distribuidas en un total de 26.972 piezas.


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